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ALEGRÍA DE PÍO, EL DÍA MÁS DIFÍCIL. (Fidel Castro)

 

Yo recuerdo - y ese podía haber sido un momento de duda muy grande - que sorpresivamente nos atacan y dispersan totalmente. Claro, eso ocurrió por error; pero no estoy hablando de las causas que puedan originar las dificultades, sino de las ideas, de la actitud de ánimo. Yo me quedé con dos compañeros, éramos tres hombres y dos fusiles. Recuerdo un día muy difícil, muy duro, en que nos sorprendieron los aviones y milagrosamente no nos exterminaron a los tres. Íbamos caminando por unos campos de caña que apenas empezaban a crecer, no sabíamos la visibilidad que a 500 y 800 metros tenía un avión de exploración; después, desde esa distancia y a cierta altura, pude más tarde apreciarlo, hasta un ave en el suelo podía observarse. Era pleno día, había un cerco y el área estaba repleta de soldados y, entonces, de forma repentina aparecieron los aviones de combate y nos atacaron directamente. Bajo intenso ametrallamiento, nos movimos unos cuantos metros hacia un cañaveral algo más crecido, cubriéndonos con las hojas secas. Era de esperar que de un momento a otro aparecieran también los soldados enemigos. El avión de observación no cesaba de dar vueltas sobre nosotros.

Como resultado de la tensión y el esfuerzo de muchos días, experimenté un intenso sueño, estaba seguro de que iba a dormirme irremediablemente y a mi mente venía el recuerdo de que aquel mismo ejército me había capturado dormido, al amanecer, sin centinela, con la punta de los fusiles sobre el pecho, días después del ataque al Moncada. No podía olvidarlo, pero el sueño era irresistible. Iba a dormirme. No llevaba una pistola, sino un fusil de mira telescópica, imposible de manipular si era sorprendido durmiendo. Me incliné de lado, puse el cañón bajo la barbilla, la culata entre las piernas, quité el seguro y me dormí profundamente.

Pasaron horas, creo que dormí alrededor de cinco horas. Aquello había ocurrido al mediodía. Cuando despierto, veo que el sol se está poniendo. Nadie sabe si los soldados se aproximaron allí para conocer los resultados del ametrallamiento y buscar los posibles cadáveres. Ese fue, sin duda, el día más difícil.

Después de aquello yo podía pensar dos cosas: es imposible continuar la lucha en tales condiciones, hay que salir del país, volver a organizar otra expedición. Entonces, en ese momento, me dije: bueno, hemos tenido un revés, nos han disuelto pero la idea era correcta, hay que seguir adelante y alcanzar las montañas. En ese momento contaba solo con dos fusiles para proseguir la lucha y decidí hacerlo, convencido de que la concepción era correcta, de que la idea era justa.

Días más tarde hice contacto con otros compañeros dispersos. Logramos reunir siete fusiles. Proseguimos nuestra ruta; al alcanzar la zona boscosa de la Sierra Maestra, dije: ya ganamos la guerra. Éramos en ese momento 12 hombres. Algunos de los que sobrevivieron recordaban después ese instante y hasta bromeaban años más tarde sobre aquel aparente exceso de optimismo. Yo estaba convencido de lo que había dicho.