LA ENTREVISTA DE HERBERT MATTHEWS EN LA SIERRA MAESTRA

La publicación del artículo inicial de una serie de tres escritos por Herbert Matthews sobre Cuba, aparecido en la primera plana de la edición dominical del New York Times el 24 de febrero de 1957, causó una verdadera conmoción. Incluso en Cuba, donde la censura mutiló los ejemplares del periódico, la noticia no tardó en regarse como pólvora.

- Fidel está vivo. Lo entrevistó Matthews, del New York Times, en la Sierra.

“Rebelde Cubano es Visitado en su Escondite”, decía el cintillo central, sobre una foto del jefe guerrillero con su fusil de mira telescópica y la copia fotostática del autógrafo entregado al periodista. El extenso reportaje, con pase a una página interior completa - algo no muy frecuente en el Times - comenzaba con estas palabras:

“Fidel Castro, el jefe rebelde de la juventud cubana, está vivo y peleando dura y exitosamente en los inhóspitos y casi impenetrables montes de la Sierra Maestra, al extremo sur de la isla.

El presidente Fulgencio Batista mantiene a la flor y nata de su Ejército en esa región, pero los militares están llevando a cabo una batalla hasta el momento perdida para destruir al enemigo más peligroso al que el general Batista ha tenido que hacer frente en su larga y azarosa carrera como líder y dictador cubano.

Esta es la primera noticia segura de que Fidel Castro está todavía vivo y todavía en Cuba. Nadie relacionado con el mundo exterior, y mucho menos con la prensa, ha visto al señor Castro, excepto este periodista. Nadie en La Habana, inclusive en la Embajada de los Estados Unidos, con todos sus recursos para la recopilación de información, sabrá hasta que se publique este informe que Fidel Castro está realmente en la Sierra Maestra.”

Matthews no oculta su repugnancia por el régimen de Fulgencio Batista, y expresa:

“Fidel Castro y su Movimiento 26 de Julio constituyen el símbolo inflamado de la oposición al régimen.”

Más adelante escribe:

“Para facilitar mi acceso a la Sierra Maestra y mi reunión con Fidel Castro, decenas de hombres y mujeres en La Habana y la provincia de Oriente corrieron un riesgo verdaderamente terrible.”

El periodista pasa a ofrecer un bosquejo biográfico de Fidel hasta el asalto al Moncada y la expedición del “Granma”. Luego se refiere a las versiones acerca de la muerte del jefe guerrillero y narra brevemente los contactos establecidos a su llegada a La Habana y su viaje hasta la Sierra, desfigurando algunos detalles como medida de discreción. Recoge entonces lo fundamental de su conversación con Fidel, y concluye con una rápida referencia a su salida hacia Nueva York.

Los días 25 y 26 aparecieron los otros dos artículos, dedicados a una evaluación general de la situación en Cuba.

Precisamente el 26 de febrero, el gobierno de Batista levantó la censura de prensa. La medida había sido anunciada de antemano, y Batista pensó que una reconsideración a raíz de la aparición de los artículos de Matthews podría ser aprovechada por la prensa internacional para formar un escándalo de proporciones incalculables y poner en ridículo a su gobierno.

Al día siguiente del levantamiento de la censura, los principales órganos de prensa de Cuba reprodujeron el primer artículo de Matthews, al tiempo que el ministro de Defensa, Santiago Verdeja, emitía unas declaraciones en las que afirmaba que la ya famosa entrevista “puede ser considerada como el capítulo de una novela fantástica. El señor Matthews no se ha entrevistado con el referido insurgente.” El vocero gubernamental impugnaba la autenticidad de la foto de Fidel, y fundamentalmente la duda con estas palabras: “Parece ingenuo que, habiendo tenido la oportunidad de penetrar en aquellas montañas y haber sostenido la entrevista, no se hubiera retratado con él para confirmar sus dichos.”

Ese mismo día, el jefe militar de Oriente, general Martín Díaz Tamayo, declaraba a la prensa: “Es totalmente imposible cruzar las líneas donde haya tropas […] La entrevista es un cuento.”

La respuesta de Matthews no se hizo esperar, y no pudo ser más contundente. El 28 de febrero, el New York Times publicaba la foto de Fidel y el periodista que reclamaba el ministro Verdeja, que en pocos días dio la vuelta al mundo y grabó en cientos de millones de personas la primera imagen de la revolución cubana. El ridículo del gobierno de Batista era completo.

En un libro titulado “Respuesta”, publicado en México en 1960, el propio Fulgencio Batista reconoce el impacto del incidente con estas palabras: “La entrevista, en efecto, había tenido lugar y su publicación trajo considerable propaganda y apoyo para el grupo rebelde. Castro comenzaría a convertirse en un personaje de leyenda.”

“Fue el mayor palo periodístico de nuestra época.”, escribiría Matthews años más tarde. Sin duda es así analizada la cuestión desde este punto de vista si se quiere estrecho. Pero la entrevista tuvo para el pueblo de Cuba una significación mucho mayor. Después de su publicación, la certeza de que Fidel vivía y la reafirmación de la voluntad de lucha revolucionaria del Ejército Rebelde bajo su mando, encendieron la esperanza del pueblo y centuplicaron su decisión de lucha y resistencia.

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(extraído de “Las cuatro estaciones de Fidel Castro” Jean-Pierre Clerc)

La mañana del 17 de febrero, Castro la consagra a Herbert Matthews. A los cincuenta y siete años, este periodista de The New York Times es uno de los que mejor conoce, en los Estados Unidos, el mundo hispánico y el latinoamericano. En razón de esta capacidad ha sido convocado: el comandante quiere “jugarse el todo por el todo” para perforar el muro de silencio con el que quiere rodearlo Batista.

“Era evidente lo peligroso de la situación en la que nos encontrábamos durante la entrevista”, recordará Matthews. “En realidad, todo el tiempo debimos cuchichear […], tan próximos estaban los soldados de Batista.” Matthews no percibe hasta qué punto son ridículas las fuerzas de Fidel. El Líder ha concertado un plan con Raúl: del otro lado del claro, las patrullas pasan una y otra vez. Fidel habla de sus escuadras de “diez a cuarenta hombres”, de las cuales no puede “evidentemente” revelar el número. Matthews está fascinado: “La personalidad de este hombre es sorprendente. Es fácil ver por qué sus hombres lo adoran y por qué ha sacudido la imaginación de la juventud de la isla. Es un fanático instruido y devoto de su causa, un idealista lleno de coraje, con notables cualidades de líder”.

El reportaje de Matthews aparece a tres columnas a fines de febrero. La importancia de The New York Times en una sociedad fascinada por los Estados Unidos, la presentación elogiosa que hace el periodista de su personaje, implican un regreso de Castro por la  puerta grande. Matthews, en consecuencia, tuvo que defenderse de haber “lanzado” al cubano: “Ninguna publicidad por mayor que fuera habría dado resultados si Fidel no hubiera sido, exactamente, el hombre que describí”. En todo caso, el relato tiene un impacto excepcional en el público norteamericano. Durante dos años, Castro será el Robin Hood romántico y barbudo frente al horroroso Batista - en perfecto contraste con el demonio en que se convertirá luego de su victoria -. El ministro de Guerra cubano comete el error de pretender que la entrevista es falsa. Al día siguiente, The New York Times publica la foto del periodista fumando un puro en compañía de Fidel.

Para aumentar el efecto previsto de la publicación, el jefe de la guerrilla escribe después de la partida de Matthews, el 20 de febrero, un “Llamado al pueblo de Cuba”: “Desde la Sierra Maestra, después de ochenta días de campaña, escribo este manifiesto”, comienza con orgullo. Traza un primer balance de los combates de su “destacamento” contra “más de tres mil hombres equipados con todo el armamento moderno”. Su modesta victoria de la Plata se convierte en un enorme hecho de armas. Al concluir, Fidel invita a sus compatriotas a organizar “la resistencia cívica” en todas las ciudades. Un movimiento como éste ya había tomado forma bajo el impulso de Armando Hart y Faustino Pérez. Sus objetivos son, por una parte, recolectar fondos y, por otra, a través de una sección “Acción”, sabotear los servicios públicos. Políticos clásicos, como Raúl Chibás, ex secretario de los Ortodoxos, y burgueses insospechables, como el futuro presidente Dorticós, adhieren.

Los tiempos se endurecen decididamente.

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(extraído de “Fidel, un retrato crítico” de Tad Szulc)

Al amanecer, el emisario del New York Times había llegado a un campamento cercano a la hacienda, y Universo Sánchez buscó a Castro para anunciárselo. Fidel le dio instrucciones para que dijera al periodista que él se encontraba reunido con el estado mayor en otro de los campamentos rebeldes de la zona, y que iría allí tan pronto como le fuera posible. Castro estaba decidido a impedir que el periodista descubriera que el Ejército Rebelde sólo se componía de dieciocho hombres. Él no había visto el campamento donde iba a celebrarse la entrevista, por haber pasado las veinticuatro horas anteriores en los campos hablando con Celia, Frank y los otros, pero ordenó a sus hombres que el campamento en cuestión tuviera el aspecto de un puesto de mando lleno de guerrilleros muy atareados. Castro era también un maestro en los detalles.

El emisario del New York Times a Sierra Maestra era Herbert l. Matthews, miembro muy respetado del consejo editorial del periódico y especialista en asuntos latinoamericanos. Como reportero del Times, se había ocupado de informar sobre la invasión italiana de Etiopía, la guerra civil española y la segunda guerra mundial, y en los años cincuenta se convirtió en editorialista especializado en el hemisferio occidental. Cuando Faustino Pérez llegó a La Habana en Navidad, procedente de la Sierra, para organizar la visita de un periodista norteamericano al Ejército Rebelde, el Movimiento 26 de Julio se puso inmediatamente en contacto con la oficina local del Times. Dicho contacto fue establecido por Javier Pazos, un estudiante de ciencias económicas cuyo padre había sido presidente del Banco Nacional de Cuba antes de Batista, y muy allegado al Movimiento 26 de Julio. Supo casualmente que Matthews estaba planeando un viaje a Cuba, y Ruby Hart Phillips, corresponsal local del Times, cablegrafió a Nueva York para sugerir que Matthews emprendiera su viaje sin demora. Matthews se había mostrado interesado por los hechos en Cuba cuando la prensa norteamericana ni siquiera sabía que existiera allí una noticia fresca - o un Fidel Castro -, por lo que accedió en el acto, sin hacer preguntas. En el Times nadie tenía idea de lo que le esperaba a Matthews.

Para el periodista, esta misión revestía un gran significado personal y profesional. Hombre erudito y reservado, era en el fondo un romántico. La derrota de la República en España ante los nacionales fascistizantes, que él había presenciado, constituyó para él un revés emocional del que nunca se recuperó plenamente. Más tarde escribió: “Una campana dobló en Sierra Maestra”. Campeón de la democracia latinoamericana en la página editorial del Times, Matthews vio el inicio de la rebelión de Castro como la última causa digna en las Américas, y en Fidel Castro y su Movimiento intuyó una vindicación de la tragedia española. Con sus cincuenta y siete años a cuestas, Matthews se sentía casi paternal ante aquel movimiento juvenil cubano.

Aunque Castro no había oído hablar de Matthews, su visita tenía para él un efecto calculado y una inmediata importancia política. Una vez más, repetía una página del libro de José Martí, ya que el 11 de abril de 1895 éste consiguió que un periodista norteamericano informara sobre su guerra de guerrillas contra los españoles, poco después de desembarcar en Oriente el 11 de abril de 1895. George E. Bryson,  del New York Herald, entrevistó a Martí el 2 de mayo, durante la marcha del apóstol a través de las montañas al noroeste de Santiago, y después Martí y el general Gómez, su comandante militar, escribieron una larga carta al Herald, perfilando el programa del movimiento revolucionario cubano. Bryson regresó a Nueva York con la carta, pero Martí murió en combate el 19 de mayo. En su diario, Martí anotó que había trabajado con “el corresponsal del Herald, George Eugene Bryson, hasta las tres de la madrugada” y todo el día siguiente. “Trabajo todo el día en el manifiesto para el Herald, y más para Bryson.” Y escribe que Bryson partió el 4 de mayo.

Sesenta y dos años más tarde, el papel de Bryson lo representaba Matthews en otra revolución cubana. Matthews sabía qué terreno pisaba, y en su relato personal sobre su intervención en Cuba, observó que Castro “era un mito, una leyenda, una esperanza, pero no una realidad…y, como el general Gómez, debe de haberse dicho a sí mismo: sin prensa no iremos a ninguna parte.” Pero Matthews también observó que “con la prensa [Gómez] consiguió la intervención norteamericana”. Sea como fuere, Matthews y su esposa Nancie, nacida en Inglaterra, volaron de Nueva York a La Habana el 29 de febrero. El viernes 15 por la tarde, los Matthews salieron en coche con destino desconocido, acompañados por Javier Pazos, Faustino Pérez y Lliam Mesa; lo único que sabía Herbert Matthews era que vería a Castro en la Sierra Maestra la medianoche siguiente. No conocía a Faustino, que utilizaba el alias de “Luis” y se hacía pasar por marido de “Marta”, el nombre utilizado por Liliam Mesa.  Matthews describió a “Marta” como “joven, atractiva… procedente de una familia acomodada de la clase alta de La Habana” y como “miembro fanático del Movimiento 26 de Julio, ejemplo típico de las mujeres jóvenes que arriesgaron - y a veces perdieron - sus vidas en la insurrección”. Matthews observó entonces, con agudeza, que “fue extraordinario hasta qué punto las mujeres de Cuba se dejaron llevar por la pasión rebelde, pues, como todas las mujeres latinas, habían sido enseñadas a llevar unas vidas recatadas, nunca públicas y menos políticas”.

Con “Marta” al volante, llegaron a Manzanillo dieciséis horas más tarde, el 16 de febrero por la tarde (Castro había llegado al lugar de la cita aquella madrugada). Matthews partió hacia la Sierra a primera hora de la tarde, dejando a Nancie en la casa de una familia cubana. El trayecto hacia el borde de la Sierra lo efectuaron en el jeep de Felipe Guerra Matos, con Javier Pazos y otros dos jóvenes.   Era el tercer viaje de Felipe aquel día a través de un territorio patrullado por los militares, ya que primero había acompañado a Celia y Frank, y después a Faustino y sus compañeros. Llegada la medianoche, Matthews y los demás dejaron el jeep para iniciar el ascenso de la montaña. Se perdieron y tuvieron que esperar dos horas “en una densa espesura de árboles y matorrales, empapados por la lluvia… agazapados en el barro…tratando de descabezar un breve sueño con la cabeza apoyada en las rodillas”. Después apareció un explorador de los rebeldes, se identificó con dos silbidos quedos y suaves, que eran la señal de los guerrilleros, y guió a Matthews y su escolta hasta el campamento de Los Chorros, donde Castro había de reunirse con él. En este momento, comenzó a desarrollarse el guión que Fidel había preparado. En su primer despacho enviado al Times, Matthews escribió: “El señor Castro estaba acampado a cierta distancia de allí y un soldado fue a anunciarle nuestra llegada y a preguntarle si se reuniría con nosotros o si nosotros habíamos de ir donde estaba él. Más tarde regresó con la buena noticia de que debíamos esperar y que Fidel acudiría al amanecer”. Castro había conseguido dar a Matthews la impresión de que tenía varios campamentos y, como diría el artículo en el Times, “el dominio de Sierra Maestra”.

Fue teatro, literalmente un teatro guerrillero, lo que Castro montó para Matthews. Un relato oficial sobre la guerra en la Sierra, publicado en 1979 en el periódico del Partido Comunista, el Granma, dice que “antes de entrar en el campamento [para atender a Matthews], Fidel había dado instrucciones a sus compañeros para que adoptaran un aire marcial”. Sin embargo, añade: “A algunos les resultó muy difícil conciliar el aspecto marcial exigido por Fidel con el estado de sus ropas y con su apariencia general… Manuel Fajardo, por ejemplo, llevaba una camisa cuya espalda había desaparecido, reducida a jirones por los correajes de su mochila. Mientras el periodista permaneció en el campamento, Fajardo se vio obligado a presentarle en todo momento su perfil”. En cierto momento, Raúl Castro condujo a un sudoroso Luis Crespo al lugar donde Castro y Matthews estaban hablando, para decirle: “Mi comandante, ha llegado el enlace de la columna número dos”, a lo cual Fidel replicó airadamente: “Esperad a que yo haya terminado”.

Como explica el artículo en Granma, la finalidad consistía en “dar a Matthews la impresión de que el ejército guerrillero contaba con abundantes efectivos, pero sin mentir… abiertamente. El periodista creyó haber contado unos cuarenta combatientes allí donde no había más de veinte, y se marchó convencido de que el grupo que había visto formaba parte de una fuerza mucho más importante”.  En su artículo en el Times, Matthews citó palabras de Castro en el sentido de que las tropas de Batista operaban en columnas de doscientos hombres, y “nosotros en grupos de diez a cuarenta, y estamos ganando”. En otro lugar, Matthews escribió que “las noticias que llegan a La Habana acerca de choques frecuentes y de que las tropas gubernamentales están sufriendo duras pérdidas, han demostrado ser ciertas”. Observó que Castro había “mantenido en jaque a las tropas del Gobierno mientras llegaban jóvenes de otros lugares de Oriente… y, tras conseguir armas y pertrechos, comenzó la serie de incursiones y contraataques propios de una guerra de guerrillas”. Por consiguiente, “tuve la sensación de que ahora es invencible”.

Matthews no podía saber que hasta entonces el Ejército Rebelde sólo había intervenido en dos pequeñas escaramuzas con el ejército regular, que sólo a duras penas Castro había podido atravesar la Sierra para ir a su encuentro, y que únicamente controlaba el terreno en el que estaban sentados. Jamás hubiera creído que el Ejército Rebelde consistiera en sólo dieciocho hombres, a todos los cuales Matthews vio una y otra vez durante las tres horas que pasó con Castro. Sin embargo, a Matthews nunca se le podrá acusar de haberse comportado como un incauto o un ingenuo, ya que se encontró en un entorno totalmente dominado por Fidel; el líder cubano tenía el don de la credibilidad en sumo grado y, sobre todo, estaba pletórico de vida mientras Batista todavía aseguraba que había muerto. Finalmente, Matthews acertó al concluir: “Dado el aspecto de la situación, el general Batista no puede esperar sofocar la rebelión de Castro. Su única esperanza consiste en que una columna del ejército sorprenda al joven jefe insurrecto y su plana mayor y los extermine. Pero es muy difícil que esto llegue a ocurrir…”. […]

Matthews abandonó el campamento para ser conducido de nuevo a Manzanillo. […] Castro y los guerrilleros esperaban que hiciera explosión la bomba de Herbert Matthews. Esta explosión se produjo una semana más tarde, el domingo 24 de febrero. La parte más vital en lo referente a la guerrilla, se encontraba en las primeras frases: “Fidel Castro, líder rebelde de la juventud cubana, vive y lucha de firme y con éxito en la abrupta y casi impenetrable inmensidad de la Sierra Maestra… Batista ha situado en esta zona la flor y nata de su ejército, pero sus soldados libran una batalla que hasta el momento llevan perdida para destruir al enemigo más peligroso con el que jamás se haya enfrentado el general Batista en su larga y accidentada carrera, como líder y dictador de Cuba”. Más adelante, Matthews escribía: “La personalidad de este hombre es abrumadora. Resulta evidente que sus hombres lo adoran, y también comprendí por qué ha arrebatado la imaginación de la juventud cubana en toda la isla. Se trata de un fanático culto y abnegado, un hombre con ideales, valeroso y con todas las cualidades más notables del liderazgo”.

Como era de prever, el impacto de los artículos de Matthews (el Times publicó tres en días sucesivos) fue inmenso. Debido a que aquella semana se había levantado la censura en Cuba, los escritos de Matthews fueron reproducidos en la prensa nacional, con lo que Castro se elevó instantáneamente a la categoría de Héroe. El régimen de Batista empeoró su propia situación cuando Santiago Verdeja, ministro de la Defensa, hizo una declaración el día después de publicado el último artículo, asegurando que Matthews había escrito “un capítulo de una novela fantástica”, que no había entrevistado al “insurgente procomunista Fidel Castro”, y que, aunque Castro estuviera vivo, no mandaba “ninguna fuerza digna de este nombre”. A esto se añadió la observación de que , si la entrevista hubiera tenido realmente lugar, se habría publicado, como corroboración, una fotografía de Matthews y Castro juntos. El Times tenía, desde luego, esta fotografía y la publicó el día siguiente, pero aun entonces Batista no le dio crédito. En sus memorias, escritas en el exilio, Batista admitió: “Yo mismo, influido por las declaraciones del alto mando, dudé de la autenticidad [de la entrevista]… Castro empezaba a ser un personaje legendario y acabaría por ser un monstruo terrorífico”.