LOS PRIMEROS DÍAS TRAS EL TRIUNFO DE LA REVOLUCIÓN

En 1959 el poder pasó repentinamente en Cuba a manos de un grupo de jóvenes revolucionarios (con sus 32 años Fidel era uno de los mayores) absolutamente inexpertos en asuntos de gobierno. Estaba claro que las tareas que debía afrontar Fidel después de la revolución eran mucho más complejas que aquellas que había enfrentado en la Sierra Maestra.

Comparada con las violentas luchas de la Independencia contra España a fines del siglo XIX, la guerra de guerrillas de la década de 1950 había causado relativamente pocas pérdidas, tanto en vidas humanas como en bienes. A diferencia de lo que ocurrió con otros líderes revolucionarios del siglo XX, Castro no tuvo que hacer frente a la tremenda labor de reconstruir una economía devastada.

Los años de lucha y su propio temperamento dotaron a Castro de un estilo de liderazgo basado en un optimismo desenfadado y cierta voluntad de improvisación. Al entrar a La Habana convertido en héroe, Fidel contaba sólo con algunas vagas ideas para resolver los problemas más urgentes de Cuba. Más tarde, el Che Guevara comentó: “Eramos solamente un grupo de combatientes con grandes ideales y poca preparación (…) teníamos que cambiar las estructuras y comenzamos a hacerlo sin tener un plan.” A pesar de que un tiempo después Castro se alinearía con la Unión Soviética y se convertiría en el secretario general del Partido Comunista Cubano, en el momento de la revolución no era siquiera miembro del partido. De hecho, Fidel se esforzó a menudo por enfatizar esta cuestión, haciendo notar que los rebeldes cubanos “no eran ni capitalistas ni comunistas, sino humanistas”. Sólo algunos de los grupos rebeldes - especialmente los de las ciudades - que apoyaron al Movimiento 26 de Julio en la lucha contra Batista estaban compuestos de comunistas convencidos. Otros estaban formados por estudiantes radicalizados que, al simpatizar ideológicamente con Castro, habían apoyado la revolución. El Partido Comunista en sí no había tenido una participación destacada.

Es difícil precisar el momento exacto en que Fidel adoptó el comunismo como credo político, pero después de que abrazó oficialmente esa ideología, señaló que él ya era marxista desde antes. En cualquier caso, hacia el final de la década del cincuenta, Castro estaba abierto a cualquier tipo de apoyo, incluido desde luego el de los comunistas.

En esos primeros y mágicos días de 1959, la revolución se presentaba como la materialización de los sueños colectivos; casi todo parecía posible. El retrato de Fidel, al lado de las figuras de los santos, adornaba casi todos los hogares de condición humilde; pequeñas estatuillas que representaban al líder revolucionario se vendían en todas las esquinas. Las instituciones de gobierno y los edificios de las escuelas fueron rebautizados en honor a los héroes de la revolución.

Aun la comunidad empresaria se unió a las celebraciones. La Asociación Nacional de Productores de Café envió este telegrama: “Al glorioso ejército rebelde: así como ayer estuvimos de vuestro lado en las montañas (…) hoy estamos junto a vosotros en la consolidación de la Patria.” Desde luego, en toda Latinoamérica la victoria de Castro conmovió la imaginación de innumerables jóvenes revolucionarios.

Para integrar el primer gobierno provisional, Castro eligió a un grupo de hombres moderados, de mediana edad y que habían sido opositores al régimen de Batista, Manuel Urrutia, un ex juez, fue nombrado presidente; otros cargos fundamentales, tales como los de ministro del Interior, ministro de Relaciones Exteriores y presidente del Banco de Cuba fueron también otorgados a hombres de una generación más vieja y conservadora. Sólo dos miembros del Movimiento 26 de Julio integraron este primer gabinete. Al principio, Fidel no participaba de las reuniones de gabinete y se mostraba renuente a comprometerse en los asuntos de gobierno.

Prefería formar parte del “gobierno directo” y mezclarse constantemente con la gente del pueblo. Día tras día, noche tras noche, en tandas de cuatro o cinco horas de duración, las estaciones de televisión y de radio emitían la voz apasionada y la imagen dramática de Fidel a todas las ciudades, pueblos y localidades de Cuba. Su rostro barbado aparecía con tanta frecuencia en televisión que, como afirma Hugh Thomas, parecía el de “un confesor permanente, un santön revolucionario.”

Castro era un orador nato. Nunca preparaba sus discursos con anticipación, confiaba exclusivamente en su elocuencia y en su ardiente personalidad para mantener la atención del auditorio y comunicar su mensaje. Lee Lockwood transcribe las ideas de Fidel sobre el estilo oratorio: “si uno trata de darles una forma definida a sus ideas, darles una forma previa, en cuanto comienza a hablar se pierde una de las más sutiles influencias que el público puede ejercer sobre la persona que habla: la de transmitirle sus deseos, su entusiasmo, su fuerza y su inspiración. Frecuentemente mis discursos son conversaciones con el público.”

Las primeras medidas del gobierno provisional fueron más reformistas que revolucionarias. El gobierno promovió un descenso de los alquileres y un mejor nivel salarial. Sustituyó a los antiguos funcionarios por agentes pro revolucionarios e impulsó la publicación en el diario Revolución de informes detallados sobre casos de corrupción durante el régimen de Batista. Asimismo, el nuevo gobierno atacó vigorosamente dos de los grandes pilares de Batista: el juego y la prostitución.

El gobierno provisional era popular. Sus miembros eran bien conocidas personalidades que habían combatido los chanchullos y estafas de las administraciones anteriores. “Por primera vez - dijo Castro - tenemos al frente del país a un grupo de hombres sanos que no se venden ellos mismos, ni son vacilantes, ni se dejan intimidar por las amenazas.”

A comienzos de febrero, el primer ministro provisional presentó su renuncia y Castro se hizo cargo de esa función. Pronto quedó claro que en Cuba había dos gobiernos: uno situado en las oficinas del Presidente y los ministros y el otro dondequiera que Fidel estuviese. Castro, que tenía tres residencias diferentes, rara vez permanecía en un mismo sitio durante un tiempo largo, al punto de que muchas veces los ministros u otras autoridades tenían que esforzarse en seguirle la pista. Uno de sus allegados comentó que, dado su estilo poco convencional y su escaso interés por los procedimientos formales, parecía que todas las cosas importantes ocurrían en Cuba durante la noche o al amanecer. Fidel solía demorar horas en llegar a las reuniones de gabinete y casi siempre lo hacía habiendo tomado de antemano las decisiones políticas de mayor importancia, después de discutirlas con sus asesores más próximos.

Tras la huida de Batista, la mayoría de los oficiales militares y jefes policiales del régimen se fugaron. Algunos lograron esconderse y otros fueron arrestados. Las reparticiones policiales y los cuarteles militares fueron puestos bajo el mando de hombres de confianza del ejército rebelde. El horror de la época de Batista aparecía ahora en toda su dimensión. A medida que se iban descubriendo cámaras de tortura, cementerios clandestinos  esqueletos mutilados crecían también las demandas de castigo para los culpables. Se había generado en todo el país un deseo colectivo de justicia. Los juicios a criminales de guerra fueron fuertemente censurados en Estados Unidos, tanto por la administración Eisenhower como por el Congreso y la prensa en general. Las críticas norteamericanas, que generaban un profundo resentimiento en Cuba, inspiraron el primer ataque verbal de Fidel contra los Estados Unidos. El 22 de enero de 1959, miles de cubanos se congregaron frente al palacio presidencial para expresar su apoyo a la política del gobierno en relación con los juicios. Castro denunció a EE.UU. por criticar los procesos a criminales de guerra después de haber silenciado las atrocidades del régimen de Batista. Dijo que los cubanos no sentían ningún rencor hacia los norteamericanos pero que no querían ser atacados por “los intereses de quienes temen la revolución”. Dirigiéndose a la multitud, Fidel pidió que aquellos que estuvieran de acuerdo con los juicios levantaran las manos. La plaza se transformó en un mar de brazos que se agitaban. “Un jurado de un millón de cubanos de todas las ideologías y clases sociales - afirmó Fidel - se ha pronunciado.”