ENTREVISTA A CAMILO CIENFUEGOS

 

A las seis de la tarde del 2 de enero de 1959, los primeros efectivos revolucionarios del “26 de julio” llegaron al Campamento Columbia. A las seis y media de la tarde del 2 de enero, cuando ya comenzaba a oscurecer, una noticia corrió por todo el Campamento: Camilo Cienfuegos se acercaba al frente de su columna. Minutos más tarde, el jefe rebelde, un ex estudiante de veintiséis años, alto y delgado, era recibido por el coronel Barquín. Tras una conversación con el mismo, que se extendió aproximadamente durante treinta minutos, Cienfuegos se acercó a los periodistas que lo aguardaban, dialogando con ellos y respondiendo a sus preguntas:

 

“Vine en el “Granma”. Cuando desembarcamos en las costas de Niquero todos saben lo que ocurrió. Yo quedé con un grupo de ocho hombres, junto con Guevara, Almeida, Ramiro y otros, marchando por las costas de Vicana. Estuvimos nueve días casi sin comer. Al fin nos localizó Crescencio Pérez, que ya estaba en contacto con Fidel Castro… Reorganizamos nuestras fuerzas con el apoyo que nos llegó de Santiago de Cuba y constituimos la primera columna, la número 1, “José Martí”. Días después, en el combate del Uvero, Fidel Castro me designó teniente de ella. Seis meses más tarde, recuerdo que fue el 10 de octubre de 1957, obtuve el grado de capitán… Durante varios meses peleamos en las montañas, aprendiendo sobre el terreno la técnica de la lucha de guerrillas. En Pino del Agua me hirieron de un balazo en el vientre y otro en la pierna. También sufrí una herida de mortero… El primero de abril de 1958 bajé al llano con una compañía, operando desde entonces en las zonas del río Bayamo, Cauto El Paso y Cauto Cristo. Alrededor de agosto o septiembre, no recuerdo bien, el ejército de Batista desató una poderosa ofensiva contra nosotros. Nos lanzaron varios batallones, pero todo fue una gran victoria para nuestras armas. Les hicimos cientos de bajas, entre ellas cerca de quinientos prisioneros, que les devolvimos luego a través de la Cruz Roja. Más de mil fusiles pasaron a nuestras manos… Nuestro comandante en jefe decidió después enviar dos columnas a la región de Las Villas, mandadas respectivamente por el comandante Ernesto Guevara y por mí. La mía se componía de noventa hombres. Atravesamos Camagüey por la parte sur. Siete compañías del ejército, al mando del capitán Alfredo Wong Lee, se lanzaron en persecución de nosotros. Llegamos a tener detrás dos mil soldados de Batista. Nos tendieron una trampa, pero logramos capturar a un oficial de ellos y lo utilizamos como práctico para eludirla… En treinta días que duró la travesía por Camagüey nos alimentamos solamente once veces. Hasta una yegua cruda tuvimos que comernos. Pero fue un éxito. Sólo perdimos a un hombre, el teniente Delfín Moreno, en Marroquí, y nos hicieron prisionero al teniente Senén Mariño en la arrocera del Toro. Al fin llegamos a Las Villas con dos prisioneros y ellos mismos nos sirvieron de guías para salir de las emboscadas… Nuestra misión era llegar a Pinar del Río. Lo hubiéramos realizado si Batista no se fuga. Precisamente en estos días íbamos a trasladarnos a la provincia de Matanzas… Al llegar a Las Villas constituimos el frente norte de la provincia. Incorporamos al mismo la columna “Marcelo Salado”, al mando del capitán Regino Machaco, y la “Máximo Gomez”, al mando del comandante Félix Torres… Yo cubrí la parte deZulueta, Meneses, Mayajigua y el resto de esa región. Libramos varios combates importantes y capturamos varias ciudades. La ofensiva se cerró con broche de otro al capturar en Yaguajay al propio capitán Wong Lee, nuestro perseguidor… No todos los oficiales del ejército de Batista eran ladrones y asesinos, como Merlo Sosa, Casillas y Sanchez Mosquera, el que dio muerte a cincuenta y tres campesinos en un solo día. El comandante Quevedo, por ejemplo, al que hicimos prisionero en El Güije, es un hombre intachable y pundonoroso. Sentí gran satisfacción al oír que nuestro comandante en jefe lo incluye en nuestras fuerzas… Fue en el transcurso de una escaramuza intrascendente. Nosotros habíamos ocupado la carretera de Camajuaní a Santa Clara, dictando una orden que limitaba el tránsito a sólo tres días por semana. Un día, al salir de recorrida en compañía de un ayudante, tropecé con un jeep que creí tripulado por civiles. Ya cerca de nosotros, un teniente, que lo venía tripulando, alzó el fusil y nos gritó: “Ríndanse”. Yo reaccioné prontamente y le dije a mi ayudante: “Tírale”. El oficial de Batista fue un blanco perfecto para nosotros. Me parapeté, disparando sin cesar, y no tuvimos novedad. Un sargento, famoso por sus crímenes, resultó muerto allí, y un soldado salió huyendo, dejando abandonadas las armas…”