LUNES 10 DE DICIEMBRE

 

GRUPO DE FIDEL

Amanece el quinto día después del combate y la dispersión.

La actividad del enemigo ha ido decreciendo. La mañana y la tarde transcurren apacibles. El único sonido que se escucha en el cañaveral es el blando rumor de las cañas mecidas por el aire. Fidel decide que ha llegado el momento de iniciar la marcha hacia la Sierra.

Cuando cae la noche, los tres combatientes comienzan a avanzar. Lo hacen con toda precaución. En fila, separados uno de otro, caminan dentro de los campos sin precipitación, sin ruido. Aprovechan los golpes de brisa para ahogar el leve crujir de sus pisadas en la paja.

Universo, que dejó sus botas en Alegría y se ha rellenado las medias con paja de caña, ocupa generalmente la vanguardia. Cuando llegan a la orilla de un cañaveral, se detienen y cercioran de que en la guardarraya no hay peligro. En ocasiones cruzan a rastras, siempre con los fusiles preparados y los nervios en tensión.

Esa noche avanzan unos cuatro kilómetros en dirección general al nordeste. Se han orientado por la puesta de sol, por las estrellas, y un poco por instinto.

 

GRUPO DE RAÚL

El lunes 10, también Raúl decide echar a andar. Han esperado casi cinco días en el monte, desplazándose muy poco. Ha llegado el momento de partir.

Raúl acota:

“Nos levantamos como siempre a las seis, buscamos cañas. Todo estaba tan tranquilo que decidimos abandonar la monotonía sedentaria del bosque y aunque habíamos resistido y pensábamos resistir el hambre y la sed hasta donde fuera necesario, a la 1 y 35 de la tarde partimos rumbo al Este, siempre por los bosques y esquivando los caminos, tratando siempre de encontrar algún bohío por el camino; comimos yuca y maíz crudos y la inevitable y salvadora caña. Oscureciendo nos internamos más en el bosque y nos acostamos.”

Al igual que el grupo de Fidel, han avanzado en la jornada casi cuatro kilómetros, en una ruta aproximadamente paralela.

 

GRUPO DE ALMEIDA

Durante toda la madrugada del día 10, Almeida, Ramiro, Che, Camilo y sus compañeros bordean la orilla del mar en dirección al Este. Cuando sale el sol, han logrado avanzar apenas dos kilómetros. Su decisión de seguir hasta la Sierra se mantiene inalterable. La terrible diferencia es que cada vez sus energías son menores.

Logran capturar algunos cangrejos. Les arrancan las muelas y sorben crudas sus partes gelatinosas. En las cantimploras quedan gotas contadas de agua, que deben racionar con autodisciplina implacable a pesar de que la sed les nubla los sentidos. Durante el día se ocultan entre la maleza costera. Hay que evitar a toda costa que los vean, pues en el farallón una retirada es imposible.

Por la noche, el grupo de expedicionarios continúa avanzando lentamente. Ya casi no pueden caminar.

De madrugada llegan al borde superior del farallón que enmarca por el Oeste la boca del río Toro. Ahora, con sus fuerzas agotadas, no pueden intentar siquiera la bajada hasta el agua: exhaustos, se tienden en la roca a esperar el día, para poder determinar mejor el rumbo que van a seguir.

Che narra en su diario los incidentes de este día con las siguientes palabras:

“Al amanecer nos internamos en la selva a buscar agua, conseguimos muy poca, los que habían comido cangrejo sufrieron mucha sed.

De nuevo seguimos por la noche hasta llegar a una bahía que luego supimos se llamaba Boca del Toro. Oímos cantar gallos, esperamos el amanecer.”

Esa misma noche, Fidel ha iniciado la marcha hacia la Sierra por entre los cañaverales, y Raúl ha arrancado a caminar dentro del monte.