JUEVES 13 DE DICIEMBRE

 

GRUPO DE FIDEL

Después que el práctico que los ha conducido hasta la loma de la Yerba les indica el rumbo general a seguir y los deja, los combatientes del grupo de Fidel bajan hasta la casa donde viven los hermanos Rubén y Walterio Tejeda. Allí permanecen unas tres horas. Los campesinos les ofrecen leche y viandas.

Han hecho contacto finalmente con la red de recepción preparada en la zona por gestiones de Celia Sánchez, y en cuya organización han trabajado Guillermo García y Crescencio Pérez. Los hermanos Tejeda forman parte de esa red y han participado ya en la atención de otros dos expedicionarios - Gino Donné y Rolando Moya - que pasaron por su casa.

Rubén Tejeda y Eustiquio Naranjo llevan a los combatientes hasta la casa de Enrique Verdecia, en El Plátano. El campesino también les ofrece algo de comer, y al poco rato siguen camino. Cruzan un firme a campo traviesa y caen sobre el arroyo Limoncito, en la finca de Marcial Areviches, donde establecen campamento. Desde que salieron de La Convenencia la noche anterior, Fidel y sus compañeros han caminado más de diez kilómetros.

Poco después del mediodía, Universo está de posta en el acceso al pequeño campamento en el monte, cuando detecta a un campesino que se acerca al lugar. Trae un cubo en la mano y viene mirando para todas partes, como si buscara algo. El combatiente le sale al encuentro, le da el alto y registra el recipiente. Es Adrián García, el padre de Guillermo, que se ha enterado por Eustiquio Naranjo que hay expedicionarios en la zona  les trae arroz con guanajo, pan, leche y café.   

Aunque Fidel se ha presentado con el nombre de Alejandro, Adrián García no se ha dejado engañar. Por la conversación con Alejandro y su evidente autoridad, el campesino ha llegado a la conclusión de que se trata de su jefe. Recuerda, además, unas fotos de Fidel que ha visto publicadas algún tiempo atrás en la revista Bohemia. A las pocas horas se ha corrido la voz entre los vecinos de que Fidel Castro está vivo y en la zona. Esa misma tarde aparecen unos diez jóvenes del lugar que vienen dispuestos a incorporarse a Fidel. Este les promete aceptarlos cuando la tropa esté reagrupada y organizada.

A pesar de que su presencia ya no resulta un secreto, Fidel decide no moverse. El lugar es relativamente seguro y están en manos de personas de confianza. Por otra parte, espera la llegada del práctico que, le han anunciado, habrá de guiarlos para el cruce de la carretera de Pilón a Niquero, donde el Ejército tiene tendido su cerco principal.

 

GRUPO DE RAÚL

El día 13, Raúl y los demás combatientes de su grupo se trasladan a un ojo de agua que está algo más arriba en la falda del acantilado. Los campesinos siguen atendiéndolos.

Los aviones pasan regando volantes acerca de las garantías que se ofrecen a los expedicionarios que se entreguen. Ya Neno Hidalgo ha traído informaciones imprecisas de que alguien que pudiera ser Fidel está vivo y ha pasado por la zona en camino hacia la Sierra. Raúl ha decidido continuar de inmediato la marcha y pide que se les consiga un práctico.

Narra Raúl:

“Pensamos entrar de lleno en la Sierra esta noche, rumbo noreste. Pensamos pasar entre Pilón y la Vigía […] Hoy limpiamos las armas con luz brillante y aceite de higuereta. […]

Estamos en estos momentos en una ensenadita cubierta de grandes árboles y rodeada de grandes lomas, con la única salida del cauce seco de un arroyo y en el centro el divino ojo de agua de un manantialito. Aquí pasamos un día muy contentos y llenos de esperanza de encontrarnos en la Sierra con Fidel y nuevas aventuras. Son las 4 y 50 de la tarde. Aquí ya no da el sol y las palomas y torcazas ya vienen a dormir, mientras nosotros preparamos el viaje.”

Sin embargo, el plan se frustra. Más adelante, ese mismo día, Raúl asienta en su diario con pesadumbre:

“Lamentablemente ya no podemos irnos hoy. No encontraron al guía. Como a las 6 y 30 p.m. ya completamente oscuro se sintió un ruido azotando las copas de los árboles.  Rápidamente nos dimos cuenta de un fuerte aguacero, que no duró mucho, pero nos empapó. Los sacos disponibles, los usamos para proteger las armas, y después de escampar cada vez que tocábamos un gajo nos caía una lluvia de gotas. […] Para dormir fue una verdadera tragedia, pues con la ropa y la tierra mojada no había dónde meterse. Con Ciro me acomodé debajo de un cedro abandonado y con la ayuda de un saco de henequén de esos de envasar azúcar, pasamos la noche tiritando de frío y calados hasta los huesos. Por la mañana descubrí que los malditos cangrejos que de noche abundan por miles y de todos los tamaños, habían comido la manga derecha de mi camisa.”

 

GRUPO DE ALMEIDA

A las 2.00 de la madrugada del día 13, los combatientes que siguen a Almeida hacia la Sierra llegan a la casa de Alfredo González, casi en el mismo firme de la loma del Regino.

El campesino los recibe amablemente. Alfredo es miembro de un grupo de adventistas cuyo pastor, Argelio Rosabal, está comprometido en el apoyo a la expedición. De inmediato comienza lo que Che califica de “un festival ininterrumpido de comida”. Los expedicionarios comen y comen durante varias horas, a tal punto que la llegada del día los sorprende. Ya es imposible seguir camino.

De todos los alrededores comienzan a llegar vecinos curiosos ávidos de conocer a esos hombres cuya llegada ya es conocida y de los que se dice que tienen un apetito inagotable. Algunos traen todavía más comida. Ofelia Arcís prepara una caja de dulces y tabacos, y sube hasta el alto desde  su casa en Las Puercas. Los combatientes ofrecen un aspecto deplorable, con las ropas raídas y el hambre y las tensiones de once días incrustadas en el rostro barbudo. Ofelia se echa a llorar.

- Denle una tacita de café, que ella se ha emocionado al vernos - dice Che.

Los estómagos de los expedicionarios, resentidos por el hambre prolongada y mal agradecidos por la hartura, no resisten. La casa de Alfredo presenta al poco rato un aspecto deplorable y se invade de un olor nada grato.

En su diario, Che relata así las incidencias del día:

“Al caer la tarde [del día 12] emprendimos la marcha con rumbo norte y en dirección a un pueblo que luego supimos era Pilón. A la 1 de la mañana, contra mi consejo se fue a un bohío, nos recibieron muy bien y nos dieron de comer, la gente se enfermó de tanto comer. Pasamos el día encerrados. Vinieron a vernos muchos adventistas. […] Nos enteramos de que hay 16 muertos, 8 de ellos en Boca del Toro, todos asesinados al rendirse. […] Sabemos que se han entregado 5 compañeros y están vivos. […] Sabemos que grupos de compañeros han pasado rumbo a las montañas.”

Esa noche, Argelio Rosabal y el hijo de Ofelia, Ibrahim Sotomayor, traen ropas para vestir a los combatientes de campesinos y así poder sacarlos. Argelio sabe que ya han pasado algunos grupos de expedicionarios hacia lugares más seguros en la Sierra. Los campesinos proponen al grupo que se cambien de ropa y dejen las armas escondidas. Alfredo González se compromete a guardarlas en su casa, hasta que manden a buscarlas. Sólo Almeida y Che conservan sus pistolas ametralladoras.

Esa misma noche, los combatientes se trasladan a otras casas. Pablo Hurtado queda, junto con las armas, en la de Alfredo. Está enfermo y no puede siquiera incorporarse.