MARTES 4 DE DICIEMBRE

 

La noche del 3 al 4 de diciembre no ha transcurrido tranquila en el campamento de la columna expedicionaria. A la ansiedad por llegar a la Sierra Maestra, cuyo perfil ni siquiera se dibuja en el horizonte, se suman las informaciones recibidas de los campesinos acerca de la movilización de las fuerzas de la dictadura y el cerco tendido por los guardias. Intranquiliza la falta de noticias de los nueve compañeros que han perdido contacto.

A medianoche salen de sus guaridas los enormes cangrejos que habitan entre el diente de perro, a los que Raúl se ha referido. Se les siente hacer ruidos inquietantes. Por la mañana, un expedicionario asegurará que los cangrejos le cortaron por tres lugares el cordón de una de sus botas.

Durante la noche se sienten los tiros. La incertidumbre de que pudiera ser una emboscada al grupo extraviado, corta el sueño a los combatientes. Muchos de ellos, si no todos, tienen los pies tan llagados por las botas nuevas, que difícilmente pueden dormir.

Al amanecer, apenas la columna se ha puesto en movimiento, aparece Crespo con el campesino Augusto Cabrera. Traen la noticia de que el grupo de Juan Manuel está a salvo en casa de Augusto. En la breve conversación que sostienen, el campesino informa a Fidel que a poca distancia está la bodega del vizcaino Gondras. Un grupo se adelanta y compran galletas, chorizos y leche condensada, mientras el grueso del contingente no se mueve en espera del regreso de Juan Manuel y los demás compañeros.

Poco después de las 8.00 de la mañana se produce el reencuentro del grupo extraviado en medio de la alegría general. Fidel da la orden de emprender la marcha. Prosiguen por la trocha, pero el camino se hace cada vez más accidentado y descubierto.

En el diario de Raúl, la jornada de marcha está descrita en estos términos:

“Partimos en fila india todo el destacamento. Íbamos por un camino, que después se convirtió en vereda. En poco tiempo tuvimos que ocultarnos más de 30 veces de los aviones. Torcimos por un trillo muy bien protegido arriba, y al rato salimos a un claro donde se hacía carbón.”

Han llegado a la casa que comparten Jesús Luis Sánchez y Alfredo Reytor, en Agua Fina. Se prepara rápidamente una sabrosa comida: arroz, bacalao, yuca, papas y un pedazo de chivo entregado esa misma mañana por Augusto Cabrera. Se calman momentáneamente el hambre y la sed, compañeras casi inseparables desde la salida de México.

A la caída de la noche el destacamento continúa la marcha, siempre hacia el Este, hasta la bodeguita de Saturnino Iglesias, ubicada donde termina el monte y comienzan los extensos campos de caña de la New Niquero Sugar Company. Sobre la marcha se compran chorizos, galletas y cigarros, y luego la columna se pierde en la noche de los cañaverales.

Prosigue relatando Raúl:

“Inmediatamente después de oscurecer partimos. Tomamos dos guías voluntarios (Jesús Luis y Pancho Capote) a los que se despidió después de un buen tramo y los despistamos, porque por una guardarraya de un cañaveral torcimos hacia otro rumbo del que ya teníamos conocimiento: consistía en ir por las guardarrayas a la izquierda y el lindero del bosque a la derecha, y desde ahora caminaríamos siempre de noche y dormiríamos de día. Cuando hubiéramos dejado atrás toda esa zona, doblaríamos hacia el noreste y cruzaríamos un llano de cañaverales como de 30 kilómetros. A las doce de la noche nos acostamos: dormimos en el cañaveral durante cuatro horas.”

Che escribe ese día:

“Empezamos la marcha con paso lento. Aparece Luis Crespo con la noticia de haber solo encontrado el grupo perdido. Los esperamos y continuamos lentamente hasta Agua Fría (Agua Fina) donde comimos. Salimos por la noche y caminamos hasta las 12:30. Hacemos un alto en un cañaveral tres horas. Se come mucha caña, se dejan rastros, caminamos hasta el amanecer. “

Han llegado a las cañas de Alegría de Pío.