MIÉRCOLES 5 DE DICIEMBRE

 

El batey de Alegría de Pío, que da nombre a toda la zona que lo rodea, está situado casi en el centro de una extensa plantación cañera, aproximadamente al nordeste de Agua Fina. Es en el borde sur de los cañaverales, en le límite del monte, donde acampa la columna expedicionaria en la mañana del día 5 de diciembre, después de haber seguido caminando durante toda la noche.

El lugar escogido para el campamento no es el más idóneo. El contingente se detiene en un pequeño cayo de monte que se introduce en la caña unos cien metros. La vegetación no es lo suficientemente densa como para ocultar por completo la presencia de los expedicionarios. Detrás de la posición que ocupa la columna el terreno muestra una ligera elevación que corre transversalmente en sentido casi paralelo al montecito que sirve de campamento. La altura no permite observar un avance del enemigo en esa dirección..

No obstante, se decide acampar en vista del estado general de agotamiento de la tropa, después de las jornadas anteriores. Es imposible, además, continuar la marcha por la presencia, casi desde el mismo amanecer, de los aviones de reconocimiento.

La vanguardia de la columna ocupa posiciones en el borde exterior del saliente de vegetación, con un campo de caña al frente y a la izquierda, y el firme del monte a la derecha. Se establecen las postas de vigilancia casi en el mismo perímetro del campamento, mientras la mayoría de los combatientes descansa, duerme o se pone a comer caña. Algunos se descalzan para curarse los pies llagados. El vuelo de las avionetas es constante. A poco distancia de allí, el Ejército ha establecido su puesto de mando en el batey. Desde el día anterior han estado llegando guardias a la zona. En la mañana del día 5 han llegado refuerzos de camiones. La actividad parece indicar que han localizado la ubicación general del contingente expedicionario y se preparan para dar una batida. Un informante les confirma al mediodía la presencia de los revolucionarios por los alrededores.

A media tarde se prepara la comida en el campamento. Leamos el relato de Raúl:

“A las 4:00 p.m. se nos entregó medio chorizo y una galleta a cada uno. En la escuadra de mi pelotón donde yo estaba, también comimos una salchicha de lata y un traguito de leche condensada por cabeza. Serían las 4:30 de la tarde, cuando vino la hecatombe; parece que las guardias de postas eran muy pocas y estaban prácticamente dentro del improvisado campamento, y la cuestión es que fuimos sorprendidos por el ejército, y como a esa hora, de nuestra tranquilidad nos sacó un disparo primero y después una descarga cerrada, degenerando en nutridos tiroteos que duró largo rato. Como las balas atravesaban el follaje de los arbolitos que nos protegían y muchas picaban y silbaban cerca de nosotros, la confusión y el correcorre eran tan grandes, que de lo único que tuve tiempo fue de agarrar mi canana de balas y mi fusil, dejando abandonada, como todo el mundo, la pesada mochila.”

Una compañía reforzada de soldados - alrededor de 140 hombres - se había venido acercando a la posición por entre la caña y las hierbas del campo situado al frente y a la izquierda de la retaguardia de la columna revolucionaria., siguiendo una dirección casi paralela a la línea del monte. La pequeña elevación del terreno se interponía entre ambos grupos. Los guardias se desplazaban en fila india y el contacto con los expedicionarios los sorprendió tanto como a éstos.

Inmediatamente después de aquel primer disparo, se generaliza el tiroteo. La reacción de los expedicionarios es variada. Algunos se protegen en sus posiciones, en el mismo lugar donde les sorprenden las balas, y comienzan a responder el fuego. Otros se mueven en busca de mayor protección tras algún tronco o una piedra. Otros, en fin, tratan de buscar precipitadamente una salida hacia la caña o el monte. Los soldados, mientras tanto, se despliegan ligeramente, pero la mayoría permanece en sus lugares. Los aviones sobrevuelan, pero no intervienen en el combate.

El tableteo de las armas automáticas de la tropa del Ejército, convierte en pocos minutos el cayo de monte en un infierno. Debido a la posición inicial del enemigo, del otro lado de la alturita, el tiro por ambas partes es generalmente alto. Una parte de los expedicionarios contesta el fuego y sostiene la posición por espacio de más de quince minutos.

el jefe de la tropa enemiga, capitán  Juan Moreno Bravo, ordena un alto al fuego e intima a los combatientes a la rendición.

-¡Aquí no se rinde nadie! - grita el jefe del pelotón del centro, Juan Almeida, quien se desplaza de inmediato hacia la posición que ocupa el Estado Mayor en busca de órdenes. Lo mismo dice Camilo Cienfuegos cuando algún expedicionario sugiere que lo mejor es rendirse.

Se reanuda el combate. Agachado junto a un árbol, Raúl Suárez dispara furiosamente. De pronto lanza un grito de dolor. Una bala le ha destrozado la muñeca izquierda. Faustino Pérez le venda la mano lo mejor que puede. José Ponce cae con un balazo en el pecho, y se retira ayudado por otro combatiente. Emilio Albentosa es herido gravemente en el cuello, pero logra también internarse en la caña.

Che, que ha soltado la mochila de medicinas que traía a cambio de una caja de balas que otro combatiente ha dejado abandonada, se ha incorporado para encaminarse al cañaveral, y recibe un impacto de sedal en el cuello que lo hace caer al suelo. Faustino se le acerca y lo ve cubierto de sangre. Le parece tan grande la hemorragia que piensa que la bala le ha partido la arteria yugular o la subclavia, lo cual en esas condiciones significa la muerte.

Humberto Lamothe se ha quitado las botas poco antes del inicio del combate. Tiene los pies destrozados y está tan exhausto que casi no puede mantenerse en pie. Al igual que Oscar Rodríguez e Israel Cabrera, no logra escapar. Quizás dos de estos tres combatientes mueren en la acción. Un tercero es posiblemente herido grave y asesinado después por los soldados. Para el enemigo, son las tres primeras bajas que logra infligir al contingente expedicionario. Para la historia, son los tres primeros mártires de la epopeya del “Granma”.

El desplazamiento gradual del fuego enemigo indica claramente que los guardias se están desplegando con la intención de rodear a la columna expedicionaria. El objetivo fundamental desde el momento del desembarco ha sido alcanzar la Sierra Maestra a toda costa, y evitar cualquier enfrentamiento en gran escala con el enemigo antes de llegar a ella. Fidel da la orden de retirada a aquellos que aún se mantienen haciendo fuego, y los combatientes empiezan a replegarse.

Desde el cañaveral, del otro lado de la guardarraya, Fidel continúa disparando mientras intenta reagrupar al destacamento para realizar una retirada organizada. Pero en la confusión del combate los expedicionarios pierden el contacto dentro de la caña. Los nervios traicionan a algunos que buscan la vía más efectiva para ponerse a salvo. El contingente revolucionario queda completamente disperso.

Veamos la versión de Che en su diario de campaña:

“Acampamos en un bosquecito a la orilla de un cañaveral en una hondonada rodeada de sierra. A las 4:30 fuimos sorprendidos por fuerzas enemigas. El Estado Mayor se retiró al cañaveral y ordenó la retirada en esa dirección. La retirada tomó proporciones de fuga […], yo traté de salvar una caja de balas y en ese momento una ráfaga hirió creo que mortalmente a Arbentosa y a mí de refilón también en el cuello. La bala dio primero en la caja y me tiró al suelo, perdí el ánimo un par de minutos.”

Los soldados mantienen sus posiciones a pesar de haber observado el repliegue de los expedicionarios. Pegan candela a la caña y continúan disparando hacia los puntos por donde han visto retirarse a los combatientes. La aviación comienza un inmenso ametrallamiento de toda la zona, que no cesará sino hasta la caída de la noche.

Para los 79 combatientes que se retiran del campo de batalla, la jornada concluye con el sabor de la derrota. Ha sido un serio revés para la expedición revolucionaria. En la dispersión que se produce, muchos quedan solos. Otros, en pequeños grupos, no es posible para cada uno de ellos por separado conocer la magnitud del desastre. No les es posible saber si Fidel ha sobrevivido. A pesar de todo, muchos reafirman la decisión de cumplir hasta el final la orden del Comandante en Jefe: llegar a la Sierra Maestra y comenzar la lucha armada guerrillera.

En todo caso, comienza para cada uno de ellos la odisea de la supervivencia.

                       

GRUPO DE FIDEL

Desde el cañaveral hacia el cual se ha replegado, Fidel sigue impartiendo órdenes a los combatientes que se retiran. A su lado está Universo Sánchez. Los dos disparan con sus fusiles de mirilla.

Llega junto a ellos Juan Manuel Márquez.

-¡Fidel! - le dice a los gritos entre el ruido ensordecedor de los disparos -, ya se fue todo el mundo. Hay que retirarse porque te van a coger vivo.

Las balas silban alrededor de los tres hombres. El cañaveral no ofrece protección alguna. Juan Manuel insiste.

Comienzan a retirarse entre los surcos, en dirección general hacia el Este. Avanzan a saltos, de tramo en tramo, más o menos veinticinco metros cada vez.

En una de estas etapas, Juan Manuel no llega. La caña es baja y rala. Resulta peligroso permanecer en ella. No obstante, Fidel ordena a Universo que vuelva atrás a buscar al compañero. dos veces regresa el combatiente sobre sus pasos, pero Juan Manuel no aparece. En vista de ello, siguen adelante, atraviesan varios cañaverales y pronto llegan a la guardarraya que separa el último campo de caña de un pedazo de monte.

Deciden esperar la noche para cruzar, ya que suponen, con razón, que la zona está repleta de soldados. Los dos han conservado sus fusiles, Fidel con 100 balas y Universo con 40. Cuando ya está empezando a oscurecer, desde la posición que ocupan bajo un pequeño arbusto en un claro de la caña, ven acercarse una figura que de lejos parece un soldado.

-Tírale cuando esté bien cerca - dice Fidel a Universo.

Este apunta su fusil de mira telescópica, pero cuando la figura se aproxima se da cuenta de que se trata de Faustino Pérez.

-¡Médico! ¡Médico! - lo llaman en voz baja.

Los tres combatientes cruzan la guardarraya en la oscuridad y se internan unas cantas decenas de metros en el monte. Allí pasan la noche en vela, en guardia y en silencio, sintiendo el constante tránsito de guardias por la zona.

 

GRUPO DE RAÚL

En medio de la confusión del combate, Raúl se interna en la caña seguido de Ciro Redondo, Efigenio Ameijeiras, René Rodríguez, Armando Rodríguez y César Gómez. Todos han conservado sus armas. En su diario, Raúl describe de esta forma la retirada de su grupo:

“En cuestión de segundos, seguido de algunos compañeros, pude llegar al cañaveral cercano y salir de aquel bosquecito diminuto, que parecía un tiro al blanco y precisamente el blanco éramos nosotros. Al cruzar de un cañaveral a otro, vi a Miguel Saavedra, seguido de algunos compañeros, venir por una guardarraya a seguir detrás de nosotros. Pero momentos después no los volvimos a ver más. Al parecer, se detuvieron y tomaron por otro rumbo; aún se sentían disparos de fuego a discreción y algunas ráfagas de ametralladoras. Tres aviones del Ejército volaban en esos instantes sobre nuestras cabezas en forma de círculo. En breve tiempo atravesamos dos cañaverales, escondiéndonos varias veces en los plantones de caña, al paso de los aviones que volaban bastante bajo, y por fin logramos alcanzar el bosque, extenuados y con sed. Avanzamos por medio de las malezas hacia un rumbo, pero ya oscureciendo no sabíamos dónde estábamos. Ya de noche, por un rato, siguieron sintiéndose los aviones y algo más tarde ruido de camiones. Decidimos dormir, cosa que fue imposible por el frío, las pesadillas que me daban relacionadas con el problema de la sorprendida que nos dieron, y porque era un terreno, el lugar que escogimos para dormir, de piedras dentadas y de mosquitos.”

La preocupación por la suerte de Fidel y los demás expedicionarios es la causa principal de este insomnio. Raúl no puede saber que esa noche la pasa en vela a unos pocos cientos de metros de Fidel, quien está oculto en un ángulo del mismo monte sin poder tampoco conciliar el sueño.

 

GRUPO DE ALMEIDA

Cuando los expedicionarios comienzan a retirarse en medio del fragor del combate y la candela del cañaveral, se nuclea alrededor de Juan Almeida un pequeño grupo de combatientes integrado por Che, Ramiro Valdés, Reynaldo Benítez y Rafael Chao. Almeida grita que deben dirigirse hacia la línea de monte más cercana y toman rumbo al Sur. En pocos minutos han cruzado la última guardarraya y se internan en la espesura.

Ya una vez dentro del amparo del bosque, comienzan a marchar sobre el diente de perro en un rumbo que suponen los conduce hacia el Este, hacia la meta lejana de la Sierra. En realidad, dentro del monte y en la inevitable precipitación de una retirada, resulta muy difícil orientarse. El resto de esa tarde, hasta la caída de la noche, cubren una distancia considerable, pero, de hecho, lo que hacen es describir un gran círculo. Cuando deciden detenerse, exhaustos, no están a más de un kilómetro del lugar del combate.

La noche y el agotamiento les impiden continuar avanzando. El hambre y la debilidad les hacen ir dando tumbos sobre las rocas afiladas. Comienza a cernirse sobre ellos la terrible perspectiva de la sed.

Che anota al respecto:

“Nos internamos en la selva y caminamos oyendo el ruido de los cañaverales incendiados. Debimos hacer un alto pues no teníamos orientación ninguna.”

Almeida y sus compañeros suponen que muy cerca, dentro de ese mismo monte, quizás a pocos metros de distancia, debe haber otros combatientes que también han logrado escapar en la misma dirección. Esa noche, en efecto, el bosque al Sur de Alegría acoge a más de cincuenta expedicionarios. A pocos cientos de metros de donde deciden acampar Almeida y los demás de este grupo, Raúl y sus compañeros también se han detenido para pasar la noche. Pero el abrigo del bosque es tan completo que los oculta a todos entre sí. Lamentable circunstancia que deriva en tragedia para muchos.