VIERNES 7 DE DICIEMBRE

                                                              

GRUPO DE FIDEL

Los soldados siguen rondando el día 7 por la zona donde están ocultos, entre la paja de la caña, Fidel,  y Universo. La aviación, en cambio, no muestra tanta actividad como el día anterior.

Los tres combatientes pasan todo el día en una inmovilidad absoluta. Saben que mientras no delaten su presencia, es muy improbable que los guardias se decidan a registrar el interior de los cañaverales. Por eso toman infinitas precauciones para no hacer ruido alguno ni movimiento que pueda reflejarse en los tallos y las hojas de las cañas.

Los músculos se entumen en esta inmovilidad interminable. Los cuerpos, fatigados, se acalambran.

Todavía no se ha disipado en el ánimo de Fidel el gusto amargo que ha dejado la dispersión y el revés sufrido hace dos días. Fidel ignora cuántos expedicionarios pueden haber sido muertos o hechos prisioneros. Sabe, además, que la Sierra está lejos; que para llegar al abrigo que puede ofrecerle la montaña, tiene que atravesar decenas de kilómetros de montes, cañaverales, estancias y potreros sembrados de peligros. Supone con buen juicio que el enemigo no está ocioso, y que habrá tomado todas las disposiciones que le permiten su poder y sus recursos para impedir que se le filtre entre las manos uno solo de los que han desembarcado días antes. Está consciente de que la persecución y la vigilancia estarán concentrados especialmente en él.

Sin embargo, su voluntad de seguir adelante, de llegar a la Sierra e iniciar la lucha siquiera con tres hombres y dos armas, se reafirma a cada instante. Ahora lo que importa es ganar tiempo y hacer creer al enemigo que ha vencido, que él y aquellos de sus hombres que no están ni muertos ni presos, andan dispersos por el monte, hambrientos y desmoralizados, y que su aniquilamiento es cosa prácticamente asegurada.               

 

GRUPO DE RAÚL

El día 7, los combatientes del grupo de Raúl permanecen en el mismo lugar. Al igual que Fidel, Raúl ha decidido resistir el hambre y la sed, y esperar que la aviación cese su hostigamiento y el enemigo levante el estrecho cerco que seguramente ha tendido después del combate. En su marcha hasta el momento, el grupo ha seguido una ruta aproximadamente paralela al borde del bosque, del cual calculan, con razón, que se encuentran cerca. Han decidido mantenerse dentro del monte para buscar su protección, pero no lejos de los campos de caña, con la intención de proveerse del único alimento seguro por todos los alrededores. Entretanto, mantendrán un pequeño campamento con todas las precauciones posibles.

Ese día, Raúl apunta en su diario:

“Son las ocho de la mañana cuando empiezo a escribir estas líneas y el día amaneció de una calma espantosa, ni un solo ruido en toda la zona, ni el viento sopla con fuerza como en días anteriores. De los aviones que esperábamos, que a estas horas ya estarían dando vueltas, nada. Estábamos tan acostumbrados a la bulla de los aviones y a sus ráfagas, que la tranquilidad de hoy nos mete miedo.

Anoche un cangrejo me despertó, mientras me comía los pelos de la coronilla de mi cabeza. Si me los sigue comiendo hoy parecería un cura. […] Hoy como a las seis a.m. salimos, llegamos al cañaveral, tres cubrimos la retirada y en operación rápida los otros tres arrancaron algunas cañas; esa será nuestra comida de hoy.”

Y más tarde:

“Ya nos comimos nuestra ración de caña, bastante mala y escasa, pero es peligroso volver al cañaveral. […] Hoy por la mañana sentí un ligero y pasajero mareo, debe ser debilidad, ya son muchos días sin comer.

 

GRUPO DE ALMEIDA

Durante toda la noche, Almeida y sus compañeros siguen avanzando entre las puntas de la roca y los troncos y bejucos del monte. La sed los desespera, sobre todo a Che, que va herido en el cuello y ha perdido alguna sangre. Con la bombita de su nebulizador antiasmático, logra extraer de los hoyitos de la piedra algunas gotas de un agua pútrida con las que los combatientes apenas pueden mojarse los labios. En todo el día no encuentran nada que comer.

Che apunta:

“Nos internamos en la selva rumbo al este. Tomando agua de los huecos de los arrecifes de coral. […] No comimos nada.