ENTREVISTA DE PACHO O´DONNELL AL GENERAL GARY PRADO, EL HOMBRE QUE CAPTURÓ AL MÍTICO GUERRILLERO EN BOLIVIA Y UNO DE LOS ÚLTIMOS QUE LO VIO Y HABLÓ CON ÉL ANTES DE QUE LO MATARAN.

 

Me sorprendí cuando la voz que me llegaba desde el otro lado de la línea telefónica aceptaba mi propuesta de entrevista.

-Hablaremos de circunstancias que lo tuvieron como protagonista hace ya bastantes años - le advertí.

-Hablaremos de lo que usted quiera - me respondió con una seca cordialidad quien siempre se resistió a reportajes: el general boliviano Gary Prado, alguien tan esencial en la vida del Che Guevara. O, mejor, en su muerte. El hombre que lo capturó en aquel barranco de Vallegrande para ser ejecutado pocas horas después en una miserable escuelita de La Higuera, al sur de Bolivia.

Mi curiosidad de historiador ansiaba recoger la versión del elegido por el Destino para urdir aquel 8 de octubre de 1967 uno de los mayores mitos del siglo XX, haciendo del Che un fenómeno planetario, se coincida o no con sus convicciones ideológicas.

Debo confesar que alguna turbación aleteaba en mi espíritu cuando toqué el timbre en el departamento de la calle Suderman, en la ciudad de México. Gary Prado es hoy embajador de Bolivia en México, país muy ligado a la historia del Che: fue allí donde Guevara y Fidel se conocieron y donde se planeó la invasión a la Sierra Maestra para derrocar al dictador Fulgencio Batista. Ello le ha valido a Prado frecuentes situaciones difíciles, como la de hace algunas semanas, cuando un escritor, durante una cena, le lanzó vino en el rostro al grito de: “¡Viva el Comandante Che Guevara!”

En la sala casi en penumbras avanzó hacia mi haciendo rodar su silenciosa silla de ruedas a la que está condenado por su parálisis total de la cintura hacia abajo, y comenzamos a conversar en un tono de mayor sinceridad que la que yo había previsto.

Quizá Prado consideró que mis antecedentes y mi reconocido amor por su Bolivia, en la que fui embajador, le garantizaban una objetividad que hasta entonces nunca había encontrado en tantos pedidos de entrevista rechazados a lo largo de 35 años.

-¿Qué sensación tuvo al ver frente a usted, rindiéndose, al famoso Che Guevara?

- La que se tiene cuando un enemigo se rinde.

-¿Hubo algo en él que le llamó la atención?

(En un documento que escribió algunos años después, y con lo que pensó inútilmente que zanjaría todos los interrogantes, confesó que el Che “tenía una mirada impresionante, unos ojos claros, una melena casi pelirroja y una barba bastante crecida”. Sin embargo ahora, muchos años después, se esforzó por darme una versión militarmente aséptica, donde las emociones no tenían espacio).

- No era tiempo para sensiblerías. Estábamos en medio de una batalla que duró cinco horas. Cuando capturamos a estos enemigos, todavía faltaban dos horas de combate.

- El Che estaba herido.

- Tenía una herida de bala en la pantorrilla, y otro disparo le había atravesado la boina sin herirlo.

- Además, otra inutilizó su arma.

- Efectivamente.

- Los que simpatizan con el Che desmienten la versión de que él habría pedido que no le disparasen, gritando que era más útil vivo que muerto. Que quien pidió por su vida fue Willy Cuba, el guerrillero boliviano que arrastraba a su jefe, imposibilitado de desplazarse.

- Quien pidió por su vida fue el Che. Yo lo escuché. Por otra parte, no me parece mal que lo haya hecho. También dijo, cuando le pedí que se identificara: “Esto ya se terminó”

(Uno de los rangers que lo apuntaban con su arma relató que el preso, agotado, herido y desarmado, “hablaba orgullosamente, sin bajar la cabeza, y no le apartaba los ojos a mi capitán”. Era ya evidente que Prado me concedió la entrevista para poner en claro su propia versión, oponiéndola a otras que lo denigraban y que, en su criterio, ensalzaban excesivamente a su prisionero.)

- Confirmé su identidad con datos de que disponía: una cicatriz en el dorso de su mano izquierda y protuberancias frontales notoriamente pronunciadas. Además, llevaba conmigo el retrato que poco antes le había hecho Ciro Bustos, el argentino capturado junto al francés Regis Debray luego de haber estado en el campamento del Che.

(Como comentario al margen, apuntemos que durante mucho tiempo se acusó a Bustos de haber sido el delator, mientras la intelectualidad europea defendía a su colega francés. Pero en una entrevista televisiva que hice a la hija del Che, Aleidita, hace tres años, ella relató su convicción de que fue Debray quien confirmó la presencia del Che en la selva boliviana. Versión que repitió más tarde ante la televisión sueca y que se desparramó por todo el mundo, lo que encendió la polémica.)

- Usted era el jefe de un batallón de rangers.

- El segundo batallón de Rangers, entrenado especialmente para la lucha antiguerrillera.

- ¿Entrenado por quién?

(Por primera vez, Prado pareció vacilar.)

- Los Estados Unidos.

-¿Los boinas verdes?

- Así es.

-¿Qué hora era?

- Las tres y media de la tarde.

(Mentalmente hice la cuenta de que el Che fue muerto casi 23 horas después de haber sido capturado. Mucho tiempo.)

-¿Cómo fue la acción?

- Un campesino los delató y nos informó que había una columna de una veintena de guerrilleros moviéndose en la Quebrada del Yuro.

(En su Diario, en la última de las anotaciones, el día anterior a su captura, Guevara relata que se toparon con una campesina que estaba dando de pastar a sus cabras. Inútilmente la interrogaron sobre si había visto movimiento de tropas, y le regalaron 50 pesos para comprar su silencio. Pero, como escribió el Che, “con pocas esperanzas de que cumplirá su palabra”. ¿Fue ella “el campesino” que los delató? Es curioso también que esa misma mañana, la última de su vida, el jefe guerrillero haya anotado:”Completamos el 11° mes de nuestra operación guerrillera sin complicaciones, en un estado de ánimo bucólico”.)

- Les tendimos una emboscada, y dispuse que se tomaran posiciones de tiro y se obstruyeran las vías de salida del barranco. En el primer tiroteo cayeron muertos dos de ellos. Luego, apostados, observamos otros dos enemigos que trataban de subir una pendiente para escapar, pero se movían con mucha dificultad, pues uno demostraba estar herido. Di orden de no disparar y esperarlos, y cuando alcanzaron la cima había tres soldados, Balboa, Encinas y Choque, apuntándoles e intimándoles la rendición.

(En el documento que Prado redactó en 1969 describe el aspecto de Guevara luego de semanas de asma, hambre, fatigas, marchas forzadas, deserciones: “Llevaba una boina negra, uniforme de soldado completamente sucio, una chamarra azul con capucha y el pecho casi desnudo, pues la blusa no traía botones”.)

- Los atamos de pies y manos, los trasladamos a un lugar más seguro, y puse una guardia de custodia.

-¿Fue atendido médicamente?

- Carecíamos de médico, pero se le hizo un vendaje para contener la hemorragia.

-¿Qué llevaba el Che consigo? ¿Hubo algo que llamó su atención?

- Unos mapas que él anotaba con mucha prolijidad, haciendo correcciones y observaciones. Además de su Diario…

(El famoso Diario que terminó llegando a Fidel Castro algunos años más tarde, luego de haber pasado por varias manos de militares y funcionarios bolivianos que se desprendían de él como si se tratara de una brasa ardiente.)

- Me imagino que el anuncio a sus superiores habrá sido exultante. Algo así como “¡Capturamos al Che!”, con signos de admiración.

- De ninguna manera. El parte guardó las formas que corresponden a un combate: tantos heridos nuestros, tantos de ellos, tantos muertos de uno y otro bando, dos prisioneros enemigos: Fernando y Willy.

-¿Fernando?

- Era el nombre en clave del Che.

(El general Prado, durante toda la entrevista, se mantuvo en la tesitura de describir una acción militar triunfante, despojada de toda connotación ideológica, en la que él, un joven capitán, cumplió estrictamente con su deber de militar.)

-¿Quiénes eran sus superiores?

- En lo inmediato, el teniente coronel Ayoroa, y por encima de él, el coronel Joaquín Zenteno. Éste, al recibir mi parte, solicitó urgente confirmación, y una vez recibida, anunció su inmediata llegada en helicóptero al poblado de La Higuera. Yo debía desplazarme hasta allí con los prisioneros. Cuando llegamos, ya habían aterrizado los coroneles Zenteno y Selich, y entonces…

- Se está usted olvidando de alguien.

- ¿Quién?

- El hombre de la CIA, cuyo nombre figurado era el mayor Félix Rodríguez.

(Prado no puede ocultar su fastidio. Es un tema que lo disgusta.)

- Yo le pregunté a Zenteno: “¿Para qué trae usted a ese hombre?”. “Para identificarlo”, me respondió. No había ninguna necesidad de ello: ya estaba identificado. Además, de eso se iban a encargar los expertos argentinos que, no sé por qué, se demoraron mucho. Tardaron una semana en llegar.

(Entonces les fueron entregadas las manos cercenadas del Che dentro de un frasco de formol para chequear las impresiones digitales. Ese objeto tuvo también una historia insólita de traslados y escondrijos, hasta que fueron enviadas a Cuba por Antonio Arguedas, que era ministro del Interior cuando el jefe guerrillero fue muerto. Lo cierto que la acción del hombre de la CIA fue mucho más importante de lo que sugiere mi entrevistado, ya que por referencias de Zenteno y de Selich se ocupó prolijamente de fotografiar la documentación que portaba el Che y sostuvo frecuentes y misteriosas comunicaciones con su base.)

-¿Usted conversó con el Che?

- Sí, en cuatro oportunidades. La primera, cuando le llevé un plato de comida y me acompañó una campesina del lugar a la que le pedí que me ayudara. De allí salió uno de los tantos mitos falsos: el de la maestrita que habría recibido consejos y confesiones del prisionero. Esa muchacha no alcanzó a estar más de quince segundos con Guevara, y en mi presencia.

-¿De qué hablaron el prisionero y usted?

- Le pregunté qué hacía allí, en esa zona de Bolivia, y le transmití mi impresión de que había cometido un grave error.

- En esa zona se había realizado algo parecido a una reforma agraria. Los campesinos eran dueños de sus tierras…

- Exactamente. Además, él era un extranjero al que acompañaban otros extranjeros, cubanos, y muy pocos bolivianos. Los campesinos tenían miedo de que les quitaran sus finquitas. En eso yo le llevaba mucha ventaja porque yo era de allí mismo, de Vallegrande. Al Che lo informaron mal. Yo creo que lo engañaron a propósito. No hay que olvidar que el general Barrientos, el entonces presidente, fue elegido en elecciones democráticas. Mi impresión es que el objetivo del Che era entrar a su país, la Argentina, pero lo que en el mapa parece una distancia corta, en la realidad es tremenda,, pura selva chaqueña.

-¿El Che le dio la razón?

- Me escuchó con atención. También dijo que el imperialismo iba a ser derrotado, y que lamentaba no estar vivo cuando los indígenas se levantaran en defensa de sus derechos.

-¿Es cierto que en la habitación de la escuelita donde usted lo encerró estaban tirados los cadáveres de otros dos guerrilleros, Antonio y Arturo?

- No en la habitación del Che. Sí en la de Willy Cuba.

- Usted sugiere que el único que habló con él fue usted, por lo que las declaraciones y los escritos de Zenteno y del tal Rodríguez son falsas.

- Digamos que muy imaginativas.

-¿Qué pasó en las otras conversaciones?

- Lo interrogué sobre Benigno, otro guerrillero, de quien teníamos referencias de que estaba gravemente herido. Se negó a responder. El ánimo del Che fue mejorando a medida que iba comprobando que yo lo trataba con respeto. “¿Qué van a hacer conmigo?”, me preguntó. “Lo van a juzgar”, le respondí. En esos días se desarrollaba el juicio a Debray y a Bustos en Camiri. “¿Me van a juzgar allí?”. “No, lo de usted corresponde a la jurisdicción de Santa Cruz de la Sierra”, le dije.

-¿Usted era sincero al pensar que no iban a matarlo?

- Absolutamente. No tenía dudas de que iba a ser juzgado. Era lo que correspondía: no había antecedentes de otra actitud.

-¿Quién decide su ejecución?

- En el nivel más alto: el presidente, general René Barrientos, el comandante de las Fuerzas Armadas, general Alfredo Ovando, y el jefe del Ejército, general Torres.

- Víctimas de lo que se ha dado en llamar la maldición del Che: Barrientos muerto en un atentado contra su helicóptero, Torres asesinado en Buenos Aires, Selich por una revuelta de tropas a sus órdenes…

- Zenteno asesinado en París por un comando Guevarista. Antes cayó en Alemania el coronel Quintanilla, que tomó las impresiones digitales del Che…

(Hago una pausa cruel. Prado no elude el dardo.)

- Y yo aquí, paralizado, supuestamente víctima de… No crea en esas tonterías. Lo mío sucedió muchos años después: una bala perdida en una acción contra un grupo de derecha que había tomado una fábrica. Las otras fueron verdaderas muertes políticas. No existe eso de la maldición…

(Quizá la consecuencia más curiosa es la que relata el mayor Rodríguez, el agente de la CIA que, al comprender que la suerte estaba echada, habría entrado en la habitación del Che para estrecharlo en un abrazo de despedida, y que desde ese momento padece de severos ataques de asma “como si el mal que lo aquejaba se hubiese trasladado diabólicamente a mi cuerpo”).

-¿Es cierto que la CIA prefería mantenerlo vivo y trasladarlo a Panamá para interrogarlo?

- La CIA no tuvo nada que ver en esto. Han sido todas fantasías. Toda la responsabilidad y el éxito militar son de la República de Bolivia.

-¿Por qué se decidió la muerte del Che?

- Varios años después tuve la oportunidad de conversarlo con el general Ovando: no teníamos ninguna prisión con la seguridad suficiente para retener a un personaje de tanto calibre, que seguramente provocaría operaciones de rescate. Además, la presión internacional sobre un país chico y débil como el nuestro se haría insoportable, y nos crearía problemas con otros países. Recuerde usted las dificultades que nos trajo juzgar y poner preso a Debray.

- Cuénteme el final.

- Yo volví al campo de batalla para las últimas operaciones en compañía del coronel Zenteno. Recogimos dos cadáveres del enemigo, el coronel regresó a La Higuera, y yo permanecí en operaciones.

(Prado insiste):

- Regresó solo, sin mí.

(Le importa dejar claro que cuando el Che fue muerto, él estaba lejos de La Higuera.)

- Zenteno recibió la orden de matarlo.

- Así es. Convocó a los suboficiales y pidió voluntarios. Todos se ofrecieron para matar al Che. Todos. El coronel no conocía a los suboficiales, y eligió a dos de ellos al azar, por su aspecto. El sargento Huanca debía eliminar a Willy, y el sargento Mario Terán, al Che.

-¿Terán tuvo que emborracharse para disparar?

- Esa es otra de tantas mentiras. El sargento Terán cumplió con la orden recibida. Vaya hoy a esa zona de Vallegrande y trate de conseguir una latita de cerveza. Es imposible. Los supuestos historiadores dicen que se emborrachó, o lo emborracharon, ¡con whisky!

(Una de las tantas versiones afirma que Terán estaba tan borracho que su ráfaga hirió al Che en las piernas y los brazos. Pero durante esta entrevista me di cuenta de que en realidad Terán estaba sobrio, y que cumplió la orden de balearlo en las extremidades para que se desangrara. Era sabido que el Che había sido herido previamente en una pierna, y de esta forma, aparecería como muerto en combate. Sin embargo, uno de los disparos se habría desviado, atravesándole el corazón y matándolo en el acto.)

- Fue un error… - continúa Prado - Había cuatrocientos curiosos, campesinos de los alrededores, que se juntaron para seguir las alternativas del combate y que nos acompañaron en procesión hasta La Higuera. Todos ellos lo habían visto vivo y caminando. Era absurdo…

- ¿Qué es de la vida de Terán?

- Se ha jubilado, y lleva una vida normal en Santa Cruz de la Sierra.

(Sin embargo, algunos de los amigos que hice en Bolivia me contaron que Terán lleva una vida atormentada, se desplaza de incógnito de un lugar a otro, se disfraza y se cubre la cabeza con pelucas, y cree que morirá asesinado por un vengador.

Antes de despedirnos, todavía hubo tiempo para que Prado insistiera: según él, en su batallón las órdenes se cumplían, y una vez cortadas las manos, se decidió incinerar el cadáver del Che. Apuesta a que así se hizo, y que el cuerpo rescatado hace poco tiempo de una fosa común en el aeropuerto de Vallegrande no corresponde al jefe guerrillero muerto a los 39 años.)

-¿Quiere agregar algo?

- Sí: que el Che murió con una gran dignidad.

(Es sabido que el Che, cuando escuchó el disparo de Huanca que mató a Willy Cuba, minero boliviano, trató de ponerse de pie y se negó a obedecer la orden de Terán, que pretendía obligarlo a arrodillarse. Terán no soportó tanta tensión y salió por algunos segundos. Sus colegas le dieron coraje para volver a entrar. Al notar su turbación, el Che le dijo: “No sea cobarde. Cumpla con su deber. Después de todo, no va a matar más que a un hombre”.)

-¿Cómo recuerda usted aquel 8 de octubre de 1967?

- Como el día del triunfo militar sobre un enemigo.

- Dicen que usted se quedó con el Rolex del Che.

- Le voy a contar como fue… En una de mis conversaciones con el prisionero me dijo: “Me han robado mis dos relojes”. “¿Quiénes han sido?”, le pregunté. “Sus hombres”, me respondió. Ordeno una rápida investigación y se los restituí. “Uno de ellos es el mío y el otro es del Tuma, un camarada muerto. Lo llevo para entregarlo a su familia”, me aclaró. “¿Cómo voy a saber cuál es el suyo para devolvérselo cuando todo esto termine?”, le pregunté. Entonces tomó una piedrita del suelo y a uno de los relojes le hizo una cruz en la parte de atrás. Luego murió, y quedaron en mi poder.

-¿Puede mostrármelos?

- No, porque cuando se reanudaron las relaciones diplomáticas entre nuestros países, los envié a Cuba. No sé dónde habrán ido a parar…

-¿Lamenta que le haya tocado a usted ser protagonista de la muerte de un mito?

- Es lo que me tocó. Pasó hace mucho, y después hice cosas más importantes en mi vida. Por ejemplo, ser embajador de mi país.

(Quizá sea sincero. Pero lo cierto es que, en todo tiempo, Prado será recordado como el hombre que capturó y condujo a la muerte a Ernesto Guevara de la Serna. El Che. La insoslayable e implacable historia unió a esos dos enemigos, y los hizo inmortales.)